Estar aquí y ahora: nuestro reto para este 2025
Por Sandra Zuluaga R.
Cada día es más difícil vivir en el presente sin que la incertidumbre o la urgencia nos robe la atención. ¿Cómo lo logramos, por dónde empezamos?
Soy de las que creen que lo mejor de las personas es que siempre podemos ser mejores, a pesar de que nunca seremos perfectas. ¿Qué tal si para este 2025 nos proponemos una sola cosa: vivir el presente con la atención plena?
Una de las lecciones más importantes que la experiencia me ha dado es que el mundo no se detiene por nadie ni por nada. No hace pausas aunque estemos en medio de un duelo muy profundo o porque de pronto hay muchas cosas qué resolver con prontitud. ¿La estamos pasando bien? Hasta parece que aumenta la velocidad y el tiempo avanza más rápido para regresar a los asuntos menos divertidos, que no solo estuvieron esperando que les pusiéramos atención de nuevo, sino que hasta se han complicado un poco, nomás porque sí.
Por eso no es fácil olvidarse de los pendientes del trabajo, las obligaciones diarias o los retos que acechan en cada nuevo día. Suelen ser los catalizadores de los pensamientos más ominosos en los momentos menos oportunos. “¿Por qué está tan tranquilo todo? Debe ser la calma antes de la tormenta”. O, peor aún: “¿por qué me está yendo tan bien? Seguramente cometeré un error que demostrará que no merezco esta buena racha”.
¿Quién podría olvidarse de todo lo que está ocurriendo al mismo tiempo, dentro y fuera de la propia mente, para dedicar toda la atención a un solo asunto? En un mundo ideal, todos.
La atención plena, o mindfulness como se dice en inglés, es todo un proceso que ayuda a encontrar mejores maneras de enfrentar el día a día, crear lazos más sólidos con las personas que son parte de nuestra rutina y a gestionar nuestros pensamientos negativos. En ocasiones, se ha tergiversado el sentido de este concepto, así que antes de explicar algunas estrategias que ejercitan la atención plena, hablemos de lo que no hay que hacer.
Lo que no es mindfulness
Ocultar las emociones. La idea de que los sentimientos tienen que eliminarse para que no nos controlen tiene un pequeño error en su lógica, porque es gracias a ellos que podemos reconocer qué nos hace daño, qué nos inyecta de energía y cómo podemos sacarle provecho para la toma de decisiones, cuando resolvemos un problema o estamos por enfrentar un reto nuevo. Además, si no le hacemos caso a nuestras emociones, se corre el riesgo de aumentar los niveles de estrés en el cuerpo que luego tienen consecuencias nada deseables, como falta de sueño, mala concentración, impaciencia, dolores de cabeza, problemas gastrointestinales, entre otros más graves.
Ignorar los pensamientos negativos. Si la voz que tenemos dentro de la cabeza comienza a hacernos dudar de nuestras capacidades o simplemente sospecha de un buen día, no vamos a detenerla con distracciones. Lo cierto es que cualquier persona se ha enfrentado a su propio síndrome del impostor, ese que nos borra de la memoria las habilidades y el trabajo que hemos invertido para llegar hasta donde estamos y que exagera nuestros errores, y seguramente regresará en diferentes ocasiones.
Aislarse de los demás. La filosofía del autocuidado que de pronto nos inunda en redes sociales suele enviar un mensaje equivocado. No es que tengamos que ser más egoístas para ser más fuertes, sino que debemos crear una red de apoyo que impulse lo mejor de nosotras mismas. Nadie alcanza sus metas sin nadie.
Es decir, recordemos que como seres humanos necesitamos las conexiones valiosas con otros —tanto a nivel profesional como personal—, los pensamientos intrusivos son también ineludibles y por eso debemos aprender a vivir con ellos, y las emociones no son un signo de debilidad, sino una manera para conocer realmente nuestro propio carácter.
Ya que quitamos esto del camino, hablemos entonces de cuáles pueden ser los primeros pasos hacia el mindfulness, para estar más en el presente y en verdad aprovechar las experiencias que se nos atravesarán en el camino.
5 ejercicios para estar en el presente
1. Tomar un buen respiro antes de enfrentar una tarea
Uno de los objetivos de nuestro torrente sanguíneo es llevar oxígeno a nuestros órganos. Sin él, nuestro cerebro corre el riesgo de perder neuronas. Así que cuando nos dicen que tomemos un poco de aire, es porque lo necesitamos para funcionar correctamente. Reservar cinco minutos antes de una llamada o a la mitad de una presentación para respirar profundamente un par de veces y dejar que ese oxígeno reduzca un poco el estrés funciona como una suerte de reinicio mental, que permite que nos enfoquemos en lo que está por ocurrir en ese momento, poniéndole pausa a un pensamiento intrusivo que ha estado interrumpiendo la concentración.
2. Reconocer las emociones propias y de los demás
Algunas emociones pueden ser incómodas, sobre todo porque se perciben inoportunas: si la intención es resolver una petición de un cliente, ¿por qué no podemos sacudirnos las ganas de cerrar la computadora y salir de ahí? Si lo dejamos para después, esa emoción puede regresar con mayor fuerza y peores resultados, por eso conviene enfrentarla e identificarla, porque también ayuda a encontrar una solución. Es curioso, pero es una buena herramienta para que las personas que son parte de un equipo de trabajo o que viven al mismo tiempo una situación complicada fortalezcan sus lazos y se identifiquen entre ellas. Si alguien dice en voz alta “Esto me provoca frustración”, abrirá una puerta para que el resto exprese con libertad un sentimiento, validando de esta manera su lado más humano.
3. Verbalizar los pensamientos negativos
Cuando nos asaltan esas ideas de que no somos suficiente para un puesto o que seguramente fracasemos, lo mejor es intentar sacarlos de la cabeza al convertirlos en palabras, escritas o en voz alta. Puede ser mediante un diario personal que nos obligue a elaborar por qué estamos pensando en eso, o quizá con un colega o alguien a quien le tengamos confianza. Al expresarle a otro las dudas que nos invaden, tendremos un punto de vista diferente y quizá más objetivo, que nos hará preguntas más pertinentes sobre la razón detrás de nuestros miedos. Cuando los materializamos de alguna forma dejan de sentirse menos ominosos, y detectamos esas mentiras con las que a veces se disfraza el miedo.
4. Cambiar la narrativa de lo que nos molesta
En lugar de concentrarnos en que vamos a fallar, quizá conviene concentrarse en qué significa lo contrario, cómo se vería lograr el objetivo. Esta estrategia pondrá sobre la mesa qué hay que hacer para cumplirlo, cuáles herramientas tenemos a la mano, en quiénes podemos apoyarnos. Eso pinta un panorama totalmente diferente, más optimista y, sobre todo, con soluciones.
5. Dar espacio para que los demás hablen
A veces, estar presente no significa resolver el día, sino más bien escuchar a los demás. Existen estudios que hablan de la relación que hay entre líderes que están disponibles para sus equipos y su buen desempeño en el trabajo, y que a veces es más importante crear un espacio en el que las personas se sientan seguras de expresar sus inquietudes, que tener a alguien que mágicamente solucione todo.
Soy de las que creen que lo mejor de las personas es que siempre podemos ser mejores, a pesar de que nunca seremos perfectas. Y no lo necesitamos, porque cada día nos da una oportunidad de aprender algo nuevo, sobre nosotras mismas y lo que nos rodea. ¿Qué tal si para este 2025 nos proponemos una sola cosa: vivir el presente con la atención plena?
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