Los Ícaros modernos y el peso de sus expectativas
Por Sandra Zuluaga R.
Me apasiona ser esa persona que hace que las cosas sucedan y, para ello, hay que saber fijar objetivos. Sin embargo, hace poco entendí que la vida no siempre se trata de romper récords y alcanzar metas. Hay otros momentos que son tan o más valiosos, porque de ellos se alimenta nuestra capacidad de crecer sin agobiarnos.
“Salud, dinero, amor, éxito, felicidad, paz, sabiduría, familia, inspiración, alegría, pasión… ¡Uff! ¡Cuánta presión!”
No necesito de una bola mágica para adivinar que este fin de año la gente hizo largas listas de propósitos para 2025. “¡Este es mi año!”, rezan los memes. Tampoco hay que ser adivina para estar segura de que muy pocas personas van a verlos cumplidos cuando llegue diciembre.
Detrás de este fenómeno recurrente hay varias razones: la más obvia es la falta de consistencia, pero hay otro par que se relaciona con el peso de nuestras expectativas: a veces, nuestra gran ambición nos lleva a poner la barra demasiado alta, así que la desilusión nos hace renunciar. En otras, es tanto nuestro entusiasmo que llevamos al cuerpo más allá de lo que puede soportar.
Yo también he caído en la trampa de esa ambición que no sabe tener paciencia, descuidando mi salud y mi relación con la familia en pos de vertiginosos resultados. Según el mito griego, cuando Dédalo inventó unas alas para que él y su hijo Ícaro escaparan de la isla de Creta, Ícaro, emocionado, intentó volar más alto que las gaviotas, muy cerca del sol. Pero el calor del astro derritió la cera de las alas, e Ícaro cayó al mar, pereciendo al instante.
Si Ícaro fuera un joven del siglo XXI, seguramente sería un chico ambicioso, mortificado por igualar a aquellos que presumen sus éxitos en redes sociales, obsesionado con lograr el éxito arrollador antes de cumplir los 30 años, y cada vez más cerca de conocer qué se siente padecer burnout. El gran problema de Ícaro es que, encandilado por el sol, carece de perspectiva.
Antes de perseguir cualquier meta u objetivo para el 2025, creo que nos conviene replantearnos por qué nos los ponemos en primer lugar. Antes que nada, aceptemos una cosa: doce propósitos es un número altísimo: salud, dinero, amor, éxito, felicidad, paz, sabiduría, perdón, inspiración, alegría, pasión, abundancia… ¡Uff! ¡Cuánta presión!
Para combatirla, nos conviene recordar un concepto básico del mundo empresarial: es verdad que cuando una organización carece de objetivos bien definidos, la gente que la compone trabaja sin dirección. Si hay un proyecto en el horizonte que debería durar seis meses, este podría fácilmente alargarse hasta unos tres años sin objetivos ni controles (así como se alargan los propósitos de ponerse a dieta e ir al gimnasio). Pero todo objetivo, además de ser concreto y medible, debe ser retador. Es decir, suficientemente difícil para sacarnos de la zona de confort pero no tan difícil que nos rebase, nos agobie y destruya nuestra motivación. En otras palabras, hay que saber gestionar nuestras expectativas.
El maratón que hay que correr antes del maratón
En mi vida he corrido nueve maratones. El primero lo terminé en cinco horas y media, y muy mal del estómago. Fue un hito en mi vida, pero antes de correr ese maratón, tuve que correr otro: el “maratón” que conlleva construir el camino hacia la meta de correr un maratón.
Primero que nada, tuve que hacerme el hábito de pararme a correr todos los días. Luego tuve que cumplir la meta de correr tres meses seguidos, bien corridos, sin perder la consistencia. Para asegurarme de no flaquear, tuve que encontrar a alguien con quien ir a correr; tuve también que inscribirme en un gimnasio, mejorar mi alimentación, controlar mis horas de sueño… en fin, hubo que crear todo un entorno para asegurarme de que mi éxito no dependiera solamente de mi fuerza de voluntad.
El primer año no corrí el maratón, pero construí nuevos hábitos, conocí a la comunidad de runners, hice nuevos amigos… En suma, avancé. Al día de hoy, tengo que admitirlo, aún no soy capaz de correr un maratón en tres horas o menos, pero entiendo y acepto que no soy una maratonista profesional; yo me dedico al capital humano. Y eso me lleva a la siguiente reflexión.
Conoce tus prioridades
Los propósitos, por más ambiciosos que sean, también deben contemplar el descanso y el equilibrio. Para correr más rápido el maratón, no puedo renunciar a mi trabajo, dejar de ver a mi familia y correr ocho horas al día, ¿correcto? Ni siquiera un atleta de alto rendimiento haría algo tan extremo. Entiendo que cada quien tiene una velocidad, y yo tuve que encontrar la mía.
Tengo otras metas en mi vida, como meditar diariamente o avanzar en mi práctica de yoga, pero he aprendido a escuchar a mi cuerpo: cuando puede más, doy más; cuando necesita que baje el ritmo, lo hago. Porque el objetivo no es cuántas horas de yoga hago al año, el objetivo es recuperarme, disfrutar. Y por eso puedo hacerlo todos los días.
Entendido esto, también comprendí que se necesitan escapes y momentos de descanso que no hay que medir, cuantificar u optimizar, porque entonces terminaremos agobiados. También es válido simplemente vivir. Estar.
Por qué algunos propósitos están diseñados para fracasar
Obviamente nadie tiene control sobre su futuro, pero, y aunque suene un poco paradójico, justamente por eso necesitamos hacer un plan de acción. Ya sea conseguir un margen superior en el estado de resultados, correr tu primer maratón completo o dedicar unos minutos a meditar todos los días, hay que aprender que cada tipo de objetivo tiene su metodología. No se trata solo de poner una meta; todo tiene su cómo. Los objetivos imposibles, arbitrarios, carecen de estas y otras consideraciones, por ejemplo:
1. Buscan la perfección antes que el progreso: La vida tiene contratiempos. Avanzar un 1% todos los días es mejor que quedarse congelado la mayor parte del año porque “no he encontrado el momento perfecto para empezar”.
2. Nos damos demasiado crédito: Quizá el año anterior descubrimos que no aprovechamos nuestro tiempo tan bien como alguna de nuestras colegas y ahora pensamos que deberíamos tener esa misma disciplina. Pero compararnos resulta abrumador y agobiante, y nos aterra fallar. Aceptemos que no somos perfectos. Fallar es parte del proceso.
3. Medimos el éxito de forma muy dura: “Si no lo logro en un mes, entonces nada”. Existe el mito de que con 21 días es posible, porque alguien lo dijo en la década de los 60. Y desde entonces ese número, quizá arbitrario, se trasladó a cualquier acción que tengamos que hacer de manera regular, como lavarnos las manos o ir al gimnasio. En realidad no hay dato que lo sustente, y todo depende de la dificultad que signifique la actividad para cada quién, así que no conviene medirnos con la misma vara ni compararnos con alguien más, porque no sería justo.
Entonces, ¿tiramos los propósitos a la basura para siempre? Más bien, lo que necesitamos es pensarlos de una forma más estratégica, no como una carrera de velocidad, sino como, de nuevo, un maratón.
Cómo fijar metas a prueba de fracasos
1. Lo más importante no es el objetivo, sino el recorrido: Si la meta es tener una dieta saludable, tenemos que pensar en cómo hacer el cambio sin que se conviertan en una tortura. Llenar el refrigerador de espinacas simplemente lo hará parecer un castigo, así que habrá que ir poco a poco, desde buscar a una nutrióloga hasta aprender a preparar nuevos platillos que sean saludables pero apetitosos.
2. Los pequeños logros también cuentan: Quizá no conseguimos leer un libro al mes, pero sí descubrimos a una nueva autora. Eso también es un logro. Reconocer esos pequeños esfuerzos es también una manera más eficiente y realista de plantear propósitos, poco a poco, para que con el tiempo avancemos a retos más complicados, pero que, cada vez más cerca, resultan mucho menos intimidantes.
3. Hay que aprender a soltar las metas: A veces hay metas que no eran para nosotros. No tiene nada de malo pivotar a otras actividades: YouTube fue originalmente concebido como una aplicación de citas; Michael Jordan entendió que no fue hecho para el béisbol cuando por fin jugó en las grandes ligas. Es normal, y es parte de conocernos a nosotros mismos. En cambio, obsesionarse con metas imposibles puede convertirse en causa de ansiedad, estrés y malestar, según un estudio publicado por Springer Nature.
Sí, hay que hacer que las cosas sucedan, pero en términos personales, esto no es una competencia. Además de resiliencia y tenacidad, es fundamental tener empatía hacia nosotras mismas: si este año no alcanzamos todas nuestras metas, tampoco pasa nada. La pregunta es, ¿el recorrido vale la pena?
Comentarios
Publicar un comentario